11/06/2020
Del corazón de la selva su chocolate...
El chocolate está riquísimo, tanto que es conocido mundialmente y no necesita presentaciones. Al rededor de él han surgido a lo largo de los años historias, películas, canciones, grandes obras, incluso con el se pagaron deudas.
“La iglesia y convento de San Francisco de Lima”
Entretanto, lectores míos, ¿cuánto piensan ustedes que cuesta a los frailes la madera empleada en ese techo espléndido? Un pocillo de chocolate... Y no se rían ustedes, que la tradición es auténtica.
Diz que existía en Lima un acaudalado comerciante español, llamado Juan Jiménez Menacho, con el cual ajustaron los padres un contrato para que los proveyese de madura para la fábrica. Corrieron días, meses y años sin que, por mucho que el acreedor cobrase, pudiesen pagarle con otra cosa que con palabras de buena crianza, moneda que no sabemos haya nunca tenido curso en plaza.
Llegó así el año de 1638. Jiménez Menacho, convaleciente por entonces de una grave enfermedad, fue invitado por el guardián para asistir a la fiesta del Patriarca. Terminada ésta, fue cuestión de pasar al refectorio, donde estaba preparado un monacal refrigerio, al que hizo honores nada menos que su excelencia don Padre de Toledo y Leyva, marqués de Mancera y decimoquinto virrey de estos reinos por su majestad don Felipe IV.
Jiménez Menacho, cuyo estómago se hallaba delicado, no pudo aceptar más que una taza de chocolate. Vino el momento de abandonar la mesa, y el comerciante, a quien los frailes habían colmado de atenciones y agasajos, dijo inclinándose hacia el guardián:
-Nunca bebí mejor soconusco, y ya sabe su reverencia que soy conocedor.
-Que se torne en salud para el alma y para el cuerpo, hermano.
-Que ha de aprovechar al alma no lo dudo, porque es chocolate bendito y con goce de indulgencia. En lo que atañe al cuerpo, créame su paternidad que me siento refocilado, y justo es que pague esta satisfacción con una limosna en bien de la orden seráfica.
Y colocó junto al pocillo el legajo de documentos. Todos llevaban su firma al pie de la cancelación.
Pocos años después moría tan benévolo como generoso acreedor, que obsequió también al convento las baldosas de la portería. En ella se lee aún esta inscripción:
JIMÉNEZ MENACHO DIO DE LIMOSNA ESTOS AZULEJOS.
VUESTRAS REVERENCIAS LO ENCOMIENDEN A DIOS.
AÑO DE 1643.
Fuente: Tradiciones Peruanas - Ricardo Palma
“No hay nada mejor que un amigo, a menos que sea un amigo con chocolate.”
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