
26/09/2023
La historia de Navarrete González, un normalista de Ayotzinapa.
-José Ángel Navarrete Gonzáles-
Eran las 10:30 de la noche del 26 de septiembre de 2014. Emiliano Navarrete veía televisión en su casa. Su esposa, Angélica Gonzáles, recibió una llamada de su hijo José Ángel, de 18 años.
— ¡Estamos siendo agredidos, mamá! ¡Estamos siendo agredidos!
Emiliano le pidió a Angélica que le pasara el celular. Lo primero que oyó fueron los gritos de un puñado de jóvenes.
— ¿Qué pasa Pepe?
— ¡Papá estamos siendo agredidos por la policía… aquí en Iguala!
— ¿En Iguala?
— ¡Ya le pegaron a mi amigo en la cabeza y está tirado! Huele bien feo.
— ¡Hijo, trata de escapar! ¡Ponte listo!
La llamada se interrumpió abruptamente. Esa fue la última vez que lo escucharon. José Ángel es el segundo de los tres hijos de Emiliano Navarrete y Angélica Gonzáles, un joven capaz de renunciar a la diversión de un momento a otro para reformar sus estudios y de soportar pruebas extremas en busca de una mejor condición de vida para su familia. Hasta el último día que lo vieron, él hacía lo que creía correcto: “Echarle ganas a la escuela” y esforzarse para salir adelante. Uno de sus sueños era casarse con su novia, Erika M. El segundo, poder trabajar y ayudarle a su mamá, que prácticamente lo crió sola.
A Pepe lo recuerdan amigos y maestros por su intensa afición al futbol y su afán por estar siempre contento. Si para eso tenía que contar chistes, eso hacía. A un año de su desaparición, junto con otros 42 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos, su novia, su mejor amiga y sus compañeros de la prepa y del barrio lo extrañan y lo esperan. Se preguntan quién puedo hacerle daño. Su padre dice que su vida cambió desde entonces y lo único que le da sentido es buscarlo.
*El día más feliz*
Cuando Pepe nació, en el invierno de 1994, su mamá vivía con su hija Tania, entonces de dos años, en el municipio de Tixtla, Guerrero. Tenía una casa de cinco por ocho metros que Emiliano construyó con barro, zacate y palos. En esa época él trabajaba como Dishwasher en Atlanta, Georgia, al este de Estados Unidos. Había cruzado sin papeles la frontera unos meses antes, siguiendo los pasos de sus hermanos.
La mamá de Pepe es una mujer con rostro serio y de sonrisa difícil. Su tez es morena clara, tiene ojos grandes y labios gruesos. Su pelo es negro, un poco ondulado con un largo que apenas rebasa la nuca y lo enrosca con una liga de tela. Angélica ha dejado claro que no va a hablar sobre su hjo hasta que él regrese a casa. Quienes la conoces reconocen ese carácter recio y prefieren respetar sus decisiones.
*Un “desmadroso” con el afán de ser feliz*
“Si lo conociera, es hubiera ganado su cariño de inmediato”, dice uno de los más cercanos quien pide no ser nombrado por respeto a sus padres. “No hacía de menos a nadie”, dice otro llamado Óscar. Lo recuerda jugando todo el tiempo y recorriendo las calles de Tixtla en motoneta, siempre alegre, siempre de buenas.
Pepe y Óscar se conocieron en la secundaria entre 2008 y 2011, aunque en esa época no eran muy buenos amigos, porque si jugaban futbol terminaban peleando. “Él también era muy atrabancado. Le gustaba echar pleito luego luego. Yo en la prepa lo volví a conocer y ahí fue donde nos hicimos muy amigos”, recuerda.