04/19/2015
"L'Amandier: Nostalgia de la buena"
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Qué buenos recuerdos los de L´Amandier. El dueño era un egipcio con mucha personalidad a quién nunca le pregunté el nombre. Estaba encargado de todo en el restaurante: cocinaba, tomaba pagos, arreglaba mesas, contaba chistes, y todo lo demás que implica mantener vivo y frecuentado un negocio de comidas lentas.
Fue mas o menos entre el dos mil siete y el dos mil ocho que más lo disfruté. Mi novia en ese tiempo vivía a unas cuadras de ahí. Cada mañana de fin de semana invernal, luego de la obligada noche de "s**o, dr**as y rock-n-roll", subíamos media cuadra por Parc, girábamos a la derecha en Saint Viateur y caminábamos un par de cientos de metros (pasando frente al emblemático St Viateur Bagel), hasta la esquina con Saint Urbain. Era un paseo corto y necesario hacia la mejor fuente de café resucitador y huevos Benedict en kilómetros a la redonda.
El sitio tenía un toque minimalista, con lo que seducía a clientes como yo, no porque fuera parte del diseño, sino porque su propietario escasamente tenía tiempo para hablarle a la gente con su espalda; mientras le daba la vuelta a los pancakes con una mano, recogía una mesa con la otra, cerraba la nevera con el pie izquierdo, y con el derecho limpiaba las ventanas (porque, sí, levitaba y todo). Por eso la mayor parte de las veces que la gente en la fila le hablaba de algo distinto a lo que estaban pagando, el cajero no se esforzaba por sonar complaciente: Pedía explícitamente que le hablaran del pedido "porque estaba muy ocupado". Yo era uno de los fans de su pragmatismo chocante. Me hacía reir.
Pero volviendo al look del local, a mi juicio no necesitaba más que sus tres paredes de color curuba, su cuadro de La Gran Esfinge, el piso de baldosa blanca y las mesas de madera ancestral y sillas plásticas. Era la sencillez que se respiraba dentro lo que nos hacía volver una y otra vez. Eso y la música. Uffff qué música. Si no nos recibía Lightnin´Hopkins entonces lo hacía Sarah Vaughn o Muddy Waters.
De a ratos parecía no haber razón para salir al mundo a nada porque estar en L´Amandier era como uno de esos poquísimos sueños en los que la voluntad funciona a la maravilla cuando de no despertarse se trata. ¿Para qué volver a la realidad anti existencial de los veintes, cuando en vez de eso puedes suspenderte, hasta bien caída la tarde, en uno de los cronotopos mágicos del Mile-End? Cualquier justificación de lo que acabo de preguntar está predestinada a carecer de sentido. En serio.
Una de las últimas veces que fui le dije al gran Pluma Blanca del establecimiento que me gustaba todo lo de su negocio, y que, si yo le podía ayudar en algo, no dudara en pedírmelo. El tipo exhaló una risa franca y entre broma y seriedad me dijo: ¨Gracias hermano. Sí, no sé qué haría sin este lugar, probablemente mi vida perdería el sentido y me pegaría un tiro¨. Esa fue la frase que se me vendría a la memoria años después cuando pasé por el barrio y vi que L´Amandier se había ido y lo que habían puesto en su lugar no tenía ningún parecido. ¨Espero que en vez del revolver haya escogido irse de vacaciones¨ -me dije a mí mismo, deseándole telepáticamente lo mejor a ese señor, que tanta felicidad le trajo a tantos en el barrio.